El Cierre de Diego Cabrera al programa del 27 de marzo

La mano negra

Ustedes los conocen, igual que Pablo o que yo, Alberto ha vivido las historias en primera y tercera persona. Los podemos encontrar en las casas de hermandad, en las barras de los bares como daifas esperando a que alguien les compre su historia, algunos hasta escribieron un libro y se publicó. También están entre los costales un día de ensayo o con entrada en primera fila para lo que ellos consideran el fin del mundo cuando sencillamente es gente que ocupa el sitio que ellos no pudieron o no quisieron ocupar, y lo único que han hecho ha sido tomar decisiones –a veces muy acertadas–, pero eso les da igual.

No los confundamos con aquellos cofrades que sólo pecaron de saber más, de soñar más, de apuntar más alto e incluso llegar y que optaron por abandonar el morrión de su hermandad ante los insultos, el escarnio público y la burla de los ignorantes. A estos también los conocemos.

Yo les hablo de victimas de sí mismo, gente que cavó su propia tumba cuando pensaban que iban encaminados a la gloria. Mastican bilis por un cargo que ya no es el suyo, un cargó que en muchos casos nunca volverán a tener.

Hubo un tiempo en que las hermandades eran su casa y como tal las consideraron, cuando eso dejó de ser así sólo les quedó un pensamiento: ninguno de los que vendrán después lo hará mejor que ellos. En una minúscula parte quizá así sea, pero les falla la actitud; olvidaron que antes de que ellos estuvieran allí las hermandades existían, como continúan existiendo tras su marcha, aunque hayan tenido las llaves de la hermandad junto a las de su casa mucho tiempo.

El tiempo fue también el que se encargó de quitar de en medio a unos pocos, otros fue su propia vida personal y viven de un pasado glorioso que sólo ellos recuerdan, porque las hermandades no son de nadie, las hermandades son personas en plural. Les hablo de los habitantes de covachuelas de un palacio que realmente nunca existió, pero del que ellos nunca se cansarán de hablar como si les fuera tan cercano como la cama donde duermen.

Ninguno de ellos podrá disfrutar del perfil del paso de palio o del Señor mostrándole el camino cuando la cofradía se dobla sobre sí misma en dos calles, es una visión demasiado elevada; sólo pueden ver enemigos en el puesto que otros ocuparon después o en aquel otro que nunca pudieron ocupar. Tampoco les alegra saber que este año la cofradía saldrá con más monaguillos que nunca, siempre han pensado que las hermandades son cosa de hombres y que el resto son adornos que sólo quedan bien para el día de salida.

Rechazan cualquier cosa que no se pague con dinero o cualquier logro que se consiga sin su intervención, evitan todo lo que no sea ellos y su camarilla. La realidad es que se sienten pequeños e indefensos ante gente que no se conforma con lo que tiene, ante gente que sabe que hay un culto mejor que está en su mente y por el que merece la pena trabajar, que investiga y que ya ha aprendido más cosas de las que ellos sabrán en su vida.

Y por supuesto, son intermitentes en sus amistades, por eso les da igual destrozar un momento bueno sencillamente porque no es el suyo. Hace tiempo que perdieron de vista ese dogma que dice que “las hermandades son para disfrutar”, prefirieron enmascarar en la supuesta entrega a un titular su propio encumbramiento. Muchos no estuvieron ni se vieron a sí mismos en la soledad de una casa de hermandad limpiando la cera de una tulipa prestada y tarareando una marcha mientras soñaban en el año que está por venir y trataban de olvidar el sueño acumulado por los días de montaje, esas tareas son para “machacas” y “maricones”, no para ellos.

Son… “la mano negra”. Viven detrás de todo y esa es su existencia, la sombra. Sólo entienden una cosa: manejar. Piensan que algo tan pequeño como una hermandad es la obra de una vida y sólo son personas equivocadas aspirando a que el mundo haga lo que ellos digan, aunque no estén en la junta de gobierno, eso es demasiada ocupación para ellos, o tal vez lo han estado demasiado tiempo, quizá ya no pueden estarlo o sencillamente los hermanos decidieron otra cosa.

Pero los hay en otra versión, aquellos que no se conforman con decir y enfadarse porque no se hace lo que ellos dicen, hay una versión peor: son aquellos que pretenden entorpecer el camino de la hermandad por la que ellos dijeron darlo todo sin ver que esa misma actitud demuestra que sólo se lo dieron a sí mismos. Son seres que se molestan ante los espíritus limpios y trabajadores que buscan su propio camino, les enfada la curiosidad y les incomoda que haya gente que no les ha prometido lealtad ciega porque, quizá, esos anónimos o no tan anónimos de la hermandad descubran más verdad de la que ellos jamás podrán contemplar. En definitiva, son gente asustada ante el mundo.

Ya era hora de hablar más de hermandades y menos de cofradías en ‘El Palquillo’.

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